lunes, febrero 13, 2006

XI.- Osadía.

París, 22 de enero

mado primo:
Anoche cavilaba sobre el tiempo que tengo sin escribirle, sin contarle lo que han sido mis albas, mis días y mis lunas y he dormido un sueño triste amor. Hoy amanecí con enormes deseos de derramar las palabras que se quebraban en el silencio. Un imprevisto presentimiento me llevó a buscar bajo el ladrillo que guarnece las cartas que usted envía a su dama. He encontrado una nota sobre un pergamino ya usado y sin saber su contenido me asaltó una extraña sensación.
Pensé que se trataba de una de sus cartas de lejana data pero me he percatado que se trata de una nota de su incondicional y fiel siervo.
He de confesarle que en principio no atinaba a descifrar el porqué me había escrito, pero a medida que mis ojos libaban cada una de sus palabras, fui sintiendo que su humilde vasallo sólo busca que su señor, el príncipe de oro y diamantes azules, como él le llama, encuentre el sosiego y la calma que ha perdido por la tardanza de mis letras.
Amado, os quisiera pedir que no riña a su vasallo por esta temeridad, pues hemos de ver en su osadía el gran afecto y respeto que le profesa. Él me comenta en su nota la tristeza que le cubre a usted por no haber recibido el perfume de mi cuerpo inmerso en cada epístola y a él por no oírle leer y releer en voz alta mis palabras de amor bueno.
Mi caballero, he de pedirle algo que podría parecer que ahora quien peca de osadía es su Roxana, pero no me equivoco al pensar que usted entenderá mi petición, porque sólo un corazón grande y puro como el suyo es capaz de provocar tantos sentimientos hermosos en los seres que le rodean. Dejo a sus pies unas pocas líneas para su servidor, las cuales deseo les lea.
“Dios existe en cada palabra, en cada gesto, en todo momento, en toda distancia.
Dios existe en mi amor por mi Príncipe azul.
Dios existe en usted, fiel acompañante de mi Cyrano.
Dios existe en la fealdad que usted cree ver en un espejo, pero también existe en esa bondad y lealtad que embellece su alma... esa belleza que ofusca la imagen y que es la única esencia del hombre”
Amor, os quiero recordar que usted me ha dicho que yo soy el amor tras una cortina. La risa tras la tristeza escondida en su alma y su vida, pero es allí, alma y vida, donde su amada está como la hiedra empuñada de orquídeas. Por esto le pido que si en la distancia siente que se escapa mi aliento de su vida, atrápelo en el eco de mi voz que a cada instante le nombra. Sé que Dios pronto me guiará hasta usted y el mundo oirá nuestro canto, recostaré mis sueños en su pecho para juntar la labor de nuestras manos y construir futuro con un presente sembrado de amor. Sé que vendrá un día en que con sus cabellos teñidos de azul se apoyará en mi hombro y no quedará rastro de las antiguas heridas... y los tiempos de espera se trocarán por inmortal paz, calma, pasión sudor, labor, unión eterna sólo de dos.
Os pido no me pregunte el día, no sé, no importa, llegaré envuelta en fragancias, con los ojos abiertos escuchando esa música desde siempre presentida... habré tejido con mi larga cabellera una hermosa crineja para liarle por siempre a mi alma... Y germinarán en nuestras manos exquisitas primaveras, días de sol llenos de colores y de rosas, noches de luna llenas de luceros y de estrellas... Y germinarán inviernos ausentes de frío y como las golondrinas estarán nuestros corazones guardados bajo los tejados... Y germinarán mares infinitos rodeados de aves y arena, mientras usted, mi amado, liba el silencio de mis ojos oscuros y yo libo la paz anidada en sus brazos.
Vendrá un día... por ahora os pido me disculpe el silencio hasta hoy, y amado, no olvide cuanto os amo.
Por siempre suya.
Su amada Roxana.

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