lunes, febrero 06, 2006

X.- Hoy 14 paseo por París.

París, 14 de enero.

Amado caballero:
Le prometí que hoy descansaría. De verdad lo intenté, pero en contra de sus deseos, he tomado mi abrigo y el fino paraguas y he salido a recorrer nuestra adorada ciudad y sus alrededores, que hasta hace apenas unos minutos recibía las lágrimas de Dios; y he recordado ese poema de César Vallejo, de Piedra Blanca Sobre Una Piedra Negra... “Me moriré en París con aguacero un día del cual tengo ya el recuerdo...”, pero amado, ¡no ponga esa cara! que hoy no es jueves y ya la lluvia ha cesado.
Pero es que estando ensimismada contemplando el cielo desde nuestra góndola, deseé llegarme hasta el Palacio de Versalles, el Castillo del Rey Sol, contemplar los fastuosos jardines, obra de Nótre... esos jardines coloridos que se dirigen a un espacio infinito.
Deseé acercarme a las ovejas que pastan junto al Palacio de Trianon; ver si encontraba a la caprichosa de María Antonieta junto a la fuente de Apolo, cuando este surge de las aguas en su carro tirado por los cuatro corceles. Se me antojó visitar el Gran Salón de los Espejos y contar nuevamente cada uno de los diecisiete majestuosos ventanales que dan a los jardines. ¿Sabía usted, mi señor, que son diecisiete ventanales?, ¡buen número como dice usted!. Todo esto quería ver hoy, pero el tren demoró y me quedé en París.
Decidí dirigirme a la estación del bauteau mouche. En mi camino contemplaba con la misma emoción de cada día, esta, mi adorada ciudad... y me dije: “no hay mejor lugar para vivir, no hay mejor lugar para amar, no hay mejor lugar para morir”, porque todo, mi cielo, está impregnado del encanto de las hadas, de la divina belleza que no se puede describir, así como no puede describirse el amor que siento por usted.
Me detuve en Montmartre para observar a hombres y mujeres que están y no están, que vacían el arte de sus manos ante todos los que fascinados les disfrutan y que ellos parecen no ver. Caminé y me senté sobre la hierba aún húmeda, frente a la Iglesia del Sacre Coeur a contemplar las miles de palomas que parecen hacer reverencias a los visitantes por unas migas de pan. De repente una bandada de diminutas blancas mariposas comenzó a desplazarse de este a oeste, en sentido contrario a la brisa y me quedé pensando... volar libre hacia donde quiera, lo que crea me contraviene, no me detendrá... solo hay que volar hacia los sueños...
Amado, pido me disculpe esta aventura, pero como olvidar esas palabras “Todo lo que fue tuyo, de algún modo lo recuerdo, mi bien, pues lo amé todo”. Cielo, esto es amor... y esta es mi querida ciudad, así como la es de usted.
Mi Cyrano, ya he tomado el bauteau mouche, desde donde le escribo esta misiva, en este momento en que como siempre pienso en usted.
Antes de terminarla os repito cuanto os amo, en este día 14 en que siento como me lacera su amor. Ahora comenzaré en silencio mi vuelo sobre el grandioso Sena y seguiré libando la grandeza de esta ciudad iluminada que me habla de amor... que me habla de la gloria de su amor.
Por siempre suya.
Su amada Roxana.

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