lunes, febrero 06, 2006

VII.- En nuestra otra tierra.

Paris, 03 de Enero

Mí amado caballero Cyrano de Bergerac:
¡Qué hermosa fantasía la que me ha relatado, mi señor!... y no logro separar de mi recuerdo esa exquisita imagen de la jirafa que en gesto elegante dobla sus patas para posar caricias en su nariz... esa jirafa que paseó por sus sueños y le hizo recordarme...
Hace apenas unas horas viajé hasta su encuentro, en un vuelo repentino e inolvidable y mientras regresaba decidí venir a posarme bajo este senil pino que vigila unas tierras fértiles de sueños y futuro que nos pertenecen y esperan. Me he posado aquí a descansar este amor y de repente decidí rasgar el velo azul que cubre el día y elevarme a planear junto a una añil mariposa que se lleva mis ojos, mientras el sol sangra su hora.
Me regocijo con recuerdos esculpidos muy dentro de mi por ese ayer, por este hoy, por esta nívea y sorpresiva mañana y de repente una melodía de tambores jadea y se derrama por mis venas, entretanto sueño más allá de este campo en un vuelo dentro del tiempo que me huele a picadura, que me huele a espumas de mar. Decido aproximarme de nuevo al pino y se asoma en silencio un olor a caña brava sobre un chalet que abre un portón que aletea bienvenidas. Atrevo en él mis pasos y consigo un salón iluminado, con un añejo escritorio que el tiempo ha pintado de valor. Del lado izquierdo tres enormes pinturas por un momento distraen mis sentidos. En una veo a una hermosa yegua blanca sobre un fondo multicolor. En otra un inmenso cielo azul cubriendo un prado vertido de flores y la otra es un retrato en sepia de nuestro adorado epónimo de pie a las puertas del convento con su sombrero, jubón, capa y temible espada... los contemplo y no puedo evitar el rictus en mis labios.
Del lado derecho se eleva una enorme estantería, depositaria y escolta del legado de incontables hombres y mujeres... con una tibia sonrisa me acerco y tomo un libreto de gruesas tapas carmesí... al tomarlo vuelven los tambores a estallar; lo abro y encuentro:
"Yo os quiero, yo me ahogo, yo sediento estoy de tu hermosura... ¡Yo te amo! No puedo más; deliro, desfallezco, que de entero me robaste el albedrío... Tu nombre está en mi corazón, bien mío, ¡como en un cascabel!... y me enajena, y como de continuo me estremezco, constantemente el cascabel se agita, constantemente el dulce nombre suena. Todo lo que fue tuyo, de algún modo lo recuerdo, mi bien, pues lo amé todo".
En ese momento musito: "esto es amor" mientras de repente siento que usted aparece a mi lado y me dice: "¡OH, sí! este sentimiento, triste y reconcentrado, del amor más violento tiene todo el furor desesperado...".
Una lágrima escapa en soledad y se agota ahora entre nuestros labios que se besan y siento el latido agitado de nuestros pechos, cuando nuestros cuerpos unidos se precipitan de emoción, como la lujuriante percusión de los templados tambores y de los brillantes platillos en el bolero de Ravel...
OH, mi amado señor, ¡esto es amor!... luego, tomados de las manos, atravesamos un largo pasillo central que nos lleva a una abierta góndola, como esa que nos ha recibido tantas veces... y desde allí, usted resguarda mi espalda con su cuerpo y en silencio contemplamos un cielo azul... siempre azul que nos besa.
Vuelvo a cerrar el velo azul que rasgué y me quedo con su imagen en mis ojos... pensando que en este instante usted también me piensa mientras que grito a los cuatro vientos desde ésta, nuestra otra tierra, ¡Cielo, LO AMO!
Por siempre suya.
Su amada Roxana.

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