domingo, septiembre 09, 2007

XX.- Cómplices... las nubes.


París, 22 de mayo


Mi amado caballero:


Cómo decirle lo que siento al encontrar bajo mi almohada esas misivas que aprieto contra mi pecho y plumas se deslizan en mis sentidos y sonrío y río y una lluvia de cristales delinea mi rostro. Son muchas emociones, hasta tristeza por saber que estuvo contemplando mis sueños y mi cuerpo cansado no se despertó con el fuego de sus ojos, pero amado, soñaba, sí, soñaba. Sueños que no tienen distancia, sueños que huelen a mar, a rosas, a canto de ruiseñor, a hoguera… porque si usted no está, usted me acompaña, porque siempre dejo abierta una rendija de mi alma para que se cuele y me abrigue en la espera.


Recuerdo aquel día que me descubrió vestida de mariposa lunar y aquel otro día que me convertí en lucero y cuando me percaté que el sueño lo estaba venciendo, me confabulé con las nubes para que me envolvieran en sus tules y ocultaran el resplandor de mis ojos. Usted pudo descansar y volar al mundo de las hadas azules mientras yo velaba sus sueños.


Presiento que en esta oportunidad, fue usted quien se confabuló con ellas, me visitó, sus mirada acarició mi cuerpo, hurgó mi almohada y dejó las cartas. Ahora leo sus cartas y logro divisarlo. Lo veo en esa montaña, trepado sobre esa piedra y recuerdo “el amor duele”, sí, duele, pero también sé que sólo el amor puro, verdadero, limpio duele, aunque parezca contradictorio cielo, es así.


… y lo veo encima de esa roca, tratando de asir las nubes despeinadas por la brisa, gritando en silencio y en ese momento ansío tomar esa misma alfombra dorada de anhelos, palma de los sueños y buscarle, besar su frente, hablar, escucharle y reír sólo para usted, hasta que mis sonrisas hagan eco en su rostro y podamos libarnos la paz que nos regala la vida cuando nuestras manos, nuestros ojos, nuestros cuerpos, nuestras almas se rozan… entonces, sobre esa piedra seremos leños encendidos aquietando tempestades.


Amado mío, en este momento veo ese lazo azul, ese nudo, ese cielo que hemos construido, me abrazo al viento fuertemente para que mi aliento llegue a su espalda y vuelvo con picardía a guiñar un ojo a las cómplices nubes: vayan de prisa, den sombra sobre sus huellas, calmen el calor de sus venas… sé que llegaré y seré yo quien le de sombra, quien refresque sus ansias, quien le de abrigo, quien le consienta, cuide y por encima de todas las cosas, yo soy quien le seguirá dando el amor tal como lo esperó, como lo soñó.


Cielo, no piense nunca en dejar de pensarme como dice, para que yo pueda volar en paz, ya que tampoco yo sé cómo hacerlo y yo tampoco quiero. Para volar en paz se necesitan dos alas y mi otra ala está atada a su vida.


Quien le ama con todas sus fuerzas,

Suya por siempre.

Roxana.

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