lunes, septiembre 03, 2007

XVIII.- Escape en Les Champs Elysses


París, 1 de abril


Mi amado caballero:

No le extrañe que en este día le escriba. En realidad que más diera por hacerlo todos los días, pero sepa usted que mis pensamientos le albergan a cada instante y mi alma constantemente se pelea con mi cuerpo por viajar hasta usted.

He de contarle que esta madrugada mi alma oprimía mi cuerpo. Puede ser difícil entender esta expresión, pero es como que quisiera nuevamente abandonarme para llegar hasta usted. Al percatarse que el cuerpo le apresaba, peleó y se agitó. Después la sentí desolada y fue cuando se escondió en los pliegues de mis manos. Quizás por eso he despertado antes de que el sol se izara como bandera, para desbordarse luego como crisálidas desde el cielo.

Decidí arreglarme y salir en compañía de las fieles doncellas que me cuidan en su ausencia. Rumbo a ese paseo matutino, una de ellas, intranquila, me ha preguntado por usted mi señor. Le he explicado la ardua labor que en estos días lleva a cabo para dar forma a esa empresa de sueños que diseña y ha quedado más serena con mis palabras.

Con gran entusiasmo nos dirigimos a la Plaza La Concordia, para hacer el recorrido de Les Champs Elysses en dirección al Arc de Triomphe. Les Champs Elysses, esa cóncava y majestuosa avenida donde se citan duendes y fantasmas en los cafés para platicar de la realidad de los hombres comunes de hoy. Oh, ¡mi señor!, ¡mi ciudad luz!, santuario de sabiduría, mágico mundo de museos, calles, verdades, mentiras, artistas y poetas encrespados de emociones inexplicables, sentados, extasiados soñando en las plazas donde la historia agitó banderas de revolución.

Todo París, todo usted amado, permanecen en mi memoria por siempre y preservan en silencio la grandeza de vivir. Mi ciudad tejida de serpientes cristalinas, espejos que me muestran las aves que danzan al compás de la brisa y el amor que a su lado conocí.

Han pasado las horas y desde aquí le escribo, desde mi café, donde espero que el garzón que por aquí merodea me entregue tulipanes y que el reloj pinte el arco de las tres... mientras tomaré un aromático café.

Amado, en este momento mi alma si pudo ser libre, se escapó por unos instantes y ha vuelto con estas palabras: “Gracias por permitirme volar hasta él... le he visto y he acariciado su rostro cansado... muy pronto estará bien... vuelve a casa".
Y es así, sí mi alma le sabe bien, yo estaré bien... ella presiente sus alegrías, sus malestares, su tristeza.

Por siempre suya,
quien le ama con todas sus fuerzas,

Su Roxana.

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