lunes, septiembre 03, 2007

XIX.- Así se hace un poeta


París, 02 de mayo


Mi adorado caballero de Bergerac:

Hace ya tantas lunas que no le escribo, pero no piense ni por un instante que el amor se hace lejano, porque ya le he dicho mi señor, que no hay ni habrá nada en esta vida que venza el amor que guardé para usted. Ha sido un tiempo sin letras, un tiempo de tanteos agónicos buscando reabrir permanencias, sentía que llovía muy lejos y los relámpagos apenas parpadeaban. Aquí, los vientos quietos y un olor a mares sin olas, de pasos perdidos en un bosque del tiempo. Hoy tengo sed y por ello romperé el silencio, no estaré más tiempo quieta, ensarto las perlas que cayeron al piso. Se que mis letras siguen vivas y crepitan en mis labios y en este rincón lleno de infinitos latidos.

Amado, tengo tantas cosas que contarle, pero es que en ocasiones sólo logro pensar y soñar en ese día que ya por siempre repose mi cansancio en su pecho, pero ahora no le hablaré de mis ansias, sino de algunas alegrías de estos días y adelantarme a esa carta que presiento pronto recibiré.

Es bien sabido por usted, mi fascinación por la poesía, por ese mundo de letras que nos permite volar, soñar, reír, llorar y palpitar. Sabe también que en su ausencia me dejo habitar por versos de poetas admirados que logran dibujar grandes emociones ante mis ojos.

Por esta pasión revelada, recibí una invitación de una amiga venezolana para asistir a un recital poético. Dudé en aceptar, pero decidí viajar a ese hermoso país, donde he conocido la magnífica hospitalidad, seres cálidos de cuerpo y espíritu, seres joviales y un increíble paisaje de mares inmensos y montañas abrazadas a los cielos. Pero le contaré de Venezuela y su gente más adelante, ya que ahora sólo quiero revelarle ese otro gozo que me invade.

Debe recordar mi amado caballero, aquella primera noche que logramos encontrarnos a orillas del Sena, aquella noche que alimentó mi alma con esas pequeñas cosas que sustentan mi mundo; con la naturaleza que parecía estática ante nuestros ojos, pero que se dibujaba con más de mil colores; con los tulipanes que me entregó y que a veces parecen adornos inmóviles, pero que me hablan con su forma y con su aroma; con sus manos que sentía sin tocarlas y con aquellos versos tomados de un libro que leyó sólo para mi.

”Se amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la noche, sus vísperas azules,
sus celajes.

Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.

Se amaban. No estaban solos a la orilla
de su primera noche.
Y era la tierra la que se amaba en ellos,
el oro nocturno de sus vueltas,
la galaxia.

Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.
Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían
como hileras de luces en un largo aeropuerto
donde algo iba a llegar desde muy lejos,
no demasiado tarde.”

Recuerdo como el rocío escapado de mis ojos me surcaba el rostro y usted se libaba cada gota de mis emociones con sus besos dulces de caña y sólo atiné a preguntaros quién había escrito esos versos. Usted me respondió “los escribió el maestro, el poeta perdurable de estos últimos tiempos, el venezolano Eugenio Montejo”.

Ese nombre quedó tallado en mi del mismo modo en ´que las burbujas que desaparecen de inmediato sobre la superficie del agua quedan en la memoria de quien se detiene a observar, porque con efímeras flores habla la tierra, con corolas, con pétalos llenos de aromas, de polen, de deseos´. Por ello me dediqué a buscar cada poema escrito por él.

Mi señor, lo que os quiero decir es que he vuelto a llorar, he vuelto a soñar, he vuelto a recordar cada palabra pronunciada en sus labios, porque el poeta, el maestro Montejo estaba en ese recital al que asistí. Un caballero, un señor, que tiene sobre sus letras, entre otras cosas, el Premio Nacional de Literatura de Venezuela. Todo esto me llenó de una gran alegría, que hubiese querido vivir junto a usted, pero aunque faltaba, una sombra que alumbraba (si, alumbraba) cada rincón en ese recinto me decía que mi amado estaba junto a mi.

Cruzamos palabras, cruzamos nuestras manos y pude decirle, quizás lo que tantas veces ha oído, pero como no expresar lo que sentía en ese momento en que mi corazón era un corcel alado y desenfrenado, recorriendo el Sena y oyendo su voz en mi corazón. Una sonrisa muy franca me entregó y estas sabias palabras: “Observa con muchos ojos, siente con un corazón siempre abierto, ama sin reservas y escribe... así se hace un poeta”. Fue en ese momento que recordé lo que un día le escribí a usted, mi amor

Me bastará cerrar los ojos
aferrarme a los recuerdos
que habitan en mi cuerpo
en mi mirada
en mis manos

y pensar
que un poema es
lo que se vive
sólo antes de escribir.

Todo esto quería deciros hoy que me siento más suya.


Quien le ama con todas sus fuerzas
Su amada,
Roxana.

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