sábado, octubre 27, 2007

XXII.- Una estrella


30 de julio
Quizá muchos días he estado sin escribirle, pero sólo ha sido eso, no escribirle, porque pueden interrumpirse palabras que viajan en galope sobre un pergamino, pero jamás se interrumpe lo que conmigo siempre está, lo que en ocasiones siento me ahoga al no poder respirarle y me hace sentir deseos de brotar como espiga en la tierra que usted esté pisando, ser la brisa que en este momento le esté silbando al oído o quizá simplemente ser una mujer que a escondidas y silenciosa le pueda estar contemplando.
Muchas cosas quiero deciros mi señor mientras pienso muchas otras, cuando son cerca de las cuatro de la mañana de este día que recién despertará flores, árboles, aves, mujeres, hombres y niños. Hace algunas noches cavilaba sobre la vida, la muerte y la eternidad del amor y recuerdo que un día hablamos sobre el fin del amor en la tierra. Hablamos de que el amor de dos seres unidos por ese sentimiento bendito, termina en la tierra cuando uno de los dos se marcha a contar historias nuevas y viejas a los abuelos, y es fin en la tierra, ya que sólo es un viaje a otro espacio, donde el que parte, hace el camino que de seguido tomará el otro para continuar el relato que no terminará jamás.
Repentinamente, sin saber el por qué, se ha asaltado mi corazón al soñar que galopaba sobre un gran caballo blanco de crines azules. Iba sonriendo mi señor y sabía que me dirigía a un hermoso prado cubierto de rosas, en donde un sin fín de manantiales tejían la tierra. Mi corazón era corcel y sentí que rápidamente arropaba las agujas que se comen el tiempo. Pero ahora, en esta hora, en este prado en el que estoy, donde no hay ningún caballo blanco de crines azules, ni flores, ni ríos, ni usted, he pensado en que si llegara usted después de mi, no olvide tomar mis sueños, mis risas, mis manos llenas de amor sólo suyas y galopar junto a mi. No sé decirle que está sintiendo mi alma, si miedo, tristeza, frío, calor o ansias o quizá sea que quiero tomar las alas de ese caballo y llegar hasta usted.
Son tantas cosas que quiero conversarle mi señor, hoy que extraño el calor de su mirada y el abrigo de su cuerpo, pero le referiré lo que más me golpea en este instante. Hoy terminará un ciclo que nunca pensé haría tanta falta a mi vida. Durante seis meses tuve en casa una flor que fue pintada por su manos amado, y a la cual creo le he regalado unos nuevos pétalos, pero la vida está hecha de ciclos y por encima de todas las cosas, debe estar hecha de libertades. Otro jardín gozará de su aroma y color, de su alegría e ímpetu. Ahora quiero dar gracias a Dios, a usted, a ella, al destino, por haberme dado la oportunidad de cuidarla, protegerla, regarla y por encima de todo, amarla.
Quizá es como dice usted, una flor que siempre soñé o un árbol de sombras que ella siempre anheló, pero creo que más bien es una de las cuatro estrellas que sobre su vida, mi amor, posó Dios.
Amado, volveré a montar ese caballo, no sabiendo hacia donde me dirijo, pero sepa usted que a donde vaya, siempre le estaré esperando, porque sepa también usted que siempre le amaré como le he amado hasta hoy, ya sea en mi tierra, en su tierra, en nuestra tierra. Le amaré a través de las raíces de su pasado, de sus temores y alegrías. Le amaré en mi vida, en su vida, en nuestras vidas, pero también le amaré desde el cielo, le amaré desde cualquier otro espacio o quizá prendida desde el borde de una timida estrella.
Por siempre suya.
Su amada Roxana.

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